viernes, 31 de enero de 2014

Tu cuerpo me atrapa

Dormida entre las malvas sábanas 
con tu olor a miel.
Elévame y sedúceme con tu caricias.
La cama está triste cuando tú no estás. 

No quiero despertar de este sueño fugaz,
me atrapas y me dejas dulce y fresca.
Anhelo tu boca entre mis pechos 
y tu ente desnudo atrapa mi carne.

Desde aquel día que me robaste un beso
he decidido no alejarme más de tu cuerpo desnudo.
Haz de mí un ser divino,
haz de mí un ser cautivo de tu alcoba.

Solo queda la luz de las estrellas 
y el sol de tus dedos entre mi ser.
Hazme tuya y
no me escaparé de ese mar. 

Una fotografía en tu pecho.

París y tú, eran mi noche perfecta, 
eran el lugar idóneo para 
lamer tu lóbulo derecho.
Y me apetecía gozar bajo la lluvia.

La lluvia era pasajera, pero me arrastraba 
hasta la cama de tu pecho desnudo.
Te miraba en el espejo,
sonreías y entornabas las piernas.
Te acercabas rozándome con ellas
y me deslizabas con fuerza.

Se hacía tarde y debía irme.
Pero tu cuerpo negro me 
orientaba hacia la belleza de tu néctar.
Me acariciaste el pezón.

Me levantaste hasta el cielo,
lloré y fundimos nuestros polos
en esa cama de hostal.
Y ya no hubo tiempo,
de irse sin la belleza del adiós. 

jueves, 30 de enero de 2014

Mil días y mil noches

Estaba sentada en una vieja silla,
con la mirada perdida hacia el ocaso, 
él me sonreía y me desnudaba,
llevaba mil días y mil noches
acurrucada en el jardín, 
y el tiempo se acababa.

Era hora de despertar de aquel sueño cálido,
era hora de que llegara el efímero momento del adiós 
para rozar tu cuerpo. 

Los minutos pasaban y yo me desvanecía,
el sol se estaba muriendo al no verme rozar tu cuerpo.

Aquella noche mientras leía aquel libro, pensaba en ti.
Pensaba en tu boca, en tus ojos, en tu dulce mirada.

Oí un ruido en la puerta,
decidí acercarme para ver quién era,
y por fin, llegaste.

Me desnudaste con la mirada, me abrazaste
y me robaste un desnudo atardecer.
Apagué la luz y tu íntimo ser apareció brillante 
y me rozó los labios.

Era el último día, el día de los eternos encuentros,
la piel de gallina me sonreía al pasar,
y sin más dilación,
aparqué mi vergüenza y me dejé llevar.





martes, 14 de enero de 2014

Fuego fatuo

Lo orilla del río estaba encarnada de azul. Yo quería saltar la valla para ver lo que había al otro lado de él. Pero había algo que me lo impedía. Mis piernas se quedaron inertes y no podía moverme. Se estaba haciendo de noche y mi madre me había dicho que tenía que estar allí para la cena. Pero por más que quería mis pesadas piernas se negaban a moverse. El fuego fatuo del horizonte que veía me llamaba para observar su olor y su ruina. Pero no había más que miedo entre mi cuerpo y el sendero. No sabía qué más podía hacer. Así que decidí, gritar alto para que mis pájaros me ayudaran a salir. Pero no me hicieron caso y se largaron. Pasaban los minutos y aún mis piernas me lloraban y me retenían sin poder moverme ni un ápice. 

Esa mañana había salido desde muy temprano para observar los nuevos cantos del río. Quería fulminar con mis propios ojos ese nuevo camino que me llevara a la nueva casa. A la nueva vida, a la nueva travesía. Le había dicho a mi madre que no me esperara para cenar. Pero había insistido en que fuera puntual porque justo esa noche venía a cenar a casa un cierto individuo que debía obligatoriamente conocer. No sé qué le dio a mi madre con ese hombre desconocido para mí, pero me suplicó que volviera antes de cenar, para prepararme con mis mejores galas.

- Hija, por favor, no te tardes mucho hoy. Ya sabes que a mí no me importa que salgas y que estés todo el día por fuera. Pero hoy, quiero que estés aquí antes de cenar. Quiero que conozcas a Anous, es un hombre que te va a cambiar la vida. Te dará la llave para conseguir tus propósitos. Así que, hija, no seas terca y haz lo que te digo.

- ¿La llave para qué, madre?- pregunté yo con sorna.

- Hija mía, no empieces con tus tonterías y haz lo que te digo. De no ser así, llamaré a tu padre y hará lo que tú ya sabes- dijo madre con un poco de mala leche.

- Los chantajes emocionales, madre, déjelos para otra. A mí ya no me engañas tan fácilmente. Sé muy bien que padre no te hará caso- le dije yo en tono de burla. Tenía ganas de ver a madre un pelín alborotada.- De acuerdo, estaré aquí antes de cenar, pero que sepas, que no lo hago por ti. Lo hago, poque a pesar de todo te respeto. Hasta luego, madre, he de irme, el río me espera. 

- Bueno, hija, no me defraudes. Llévate un abrigo. Quizás después empiece a refrescar un poco. 

- Vale madre, pero ya no soy ninguna niña. Sé cuidarme sola.- le dije muy seriamente. Aunque después mi destino se vio truncado. 

Continuará...