París y tú, eran mi noche perfecta,
eran el lugar idóneo para
lamer tu lóbulo derecho.
Y me apetecía gozar bajo la lluvia.
La lluvia era pasajera, pero me arrastraba
hasta la cama de tu pecho desnudo.
Te miraba en el espejo,
sonreías y entornabas las piernas.
Te acercabas rozándome con ellas
y me deslizabas con fuerza.
Te acercabas rozándome con ellas
y me deslizabas con fuerza.
Se hacía tarde y debía irme.
Pero tu cuerpo negro me
orientaba hacia la belleza de tu néctar.
Me acariciaste el pezón.
Me levantaste hasta el cielo,
lloré y fundimos nuestros polos
en esa cama de hostal.
Y ya no hubo tiempo,
de irse sin la belleza del adiós.
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