Vida es eso que pasa cuando te despiertas y sientes que cada día es una nueva experiencia, distinta a la anterior. Cada día es una vida nueva, llena de sentimientos tristes y sentimientos no tan tristes. Hay que respirar el aire que nos da la naturaleza. Todo aquello que posees no es más que un efímero encuentro entre lo irreal y lo pasajero. Nada sirve si no eres capaz de ver las estrellas cada mañana. Nada sirve si no eres capaz de ver el sol sonriendo cada noche. Nada sirve si no eres capaz de ver la luna llorando cada mañana. Nada es una cuestión de tiempo. Nada es aquello que te roza y te palpita en tus sueños eternos. Nada pertenece a la vida. Nada de esto existe si tu boca no me besa cada noche. Nada sirve si tu cuerpo no me provoca cada segundo. Marchaste aquella tarde de otoño mientras yo esperaba una dulce mirada tuya y nada me acompañó desde entonces hasta mis últimos días.
Aquellos pensamientos escondidos en el baúl de los almendros y otras experiencias vividas en el pasado más remoto
jueves, 24 de octubre de 2013
Escribir en tus pálidas rosas
Sentir que no soy máquina de escribir
sentir que las páginas se marchitan,
llorar el amor en el Guadalquivir
son la pureza de aquellos que me habitan.
Las pálidas rosas del eterno sinfín,
me llaman, me ríen
y la voz de un arlequín
me susurra al oído, ¿Dónde estás
alma en pena? ¿Dónde habita tu calma?
¿Eres tu la dulce doncella que habita mi noche?
Los latidos de aquel atardecer,
fogosos de ver tu cuerpo
me desnudan.
No soy yo la que duerme
escuchando las olas en aquel acantilado.
Eres tú el caballero de la noche
el que me abraza y me posee
con tus pálidas rosas.
sentir que las páginas se marchitan,
llorar el amor en el Guadalquivir
son la pureza de aquellos que me habitan.
Las pálidas rosas del eterno sinfín,
me llaman, me ríen
y la voz de un arlequín
me susurra al oído, ¿Dónde estás
alma en pena? ¿Dónde habita tu calma?
¿Eres tu la dulce doncella que habita mi noche?
Los latidos de aquel atardecer,
fogosos de ver tu cuerpo
me desnudan.
No soy yo la que duerme
escuchando las olas en aquel acantilado.
Eres tú el caballero de la noche
el que me abraza y me posee
con tus pálidas rosas.
Sin nada que decir
Hoy me he levantado del sofá a las 3 de la tarde. He abierto las ventanas y el sol estaba espléndido. Corrí hacia la calle sin dejar nada atrás y me fui donde nadie me pudiera ver. Corría, corría pero me sentía incapaz de llegar. Así que decidí pararme en un lugar tranquilo, sin que un alma rondara por allí. Decidí ir al cementerio más próximo. Allí, sentada junto a las tumbas, abrí las manos y toqué el cielo.
Tiempos perdidos, tiempos efímeros
Hace ya algunos años que navego sin rumbo por los lares de la tierra perdida. El barco de vela con el que navego me pide un descanso. Yo me levanto y le digo "¿Pero es que no ves que no podemos quedarnos quietos?" y él, se queda callado unos segundos para luego contestar "No sé. Lo único que te puedo decir es que no tenemos ni agua ni comida para seguir. Eso es lo único que sé." Realmente, mi barco tenía razón. Pero yo me empeñé en seguir adelante, sin nada más que las olas y una vela media rota.
Una voz sin vida
Un
cuerpo sin vida, una boca de luz al amanecer, una nube que llora, unos pétalos
que sonríen al caer, una lata vacía encima de la mesa. Eso fue lo que me
encontré aquel día. Eso fue lo que vi al entrar en nuestra habitación. Estaba
fría y desnuda. Todo mi alrededor me daba vueltas. Abrí la ventana y dejé
escapar ese hedor a muerte.
Te
vi ahí, tumbado en el suelo completamente quieto. Rocé tus labios, pero el
sabor de tu boca sólo me recordó a muerte. Quería salir de ahí, pero algo me lo
impedía. No sé si era tu alma o era aquella mirada perdida que aún tus ojos
mostraban. No sé si era yo o tú el que debería salir de ahí pitando. Eran más
de las 6 de la mañana y los vecinos de enfrente estaban a punto de llegar.
Tenía que irme de ahí lo más pronto posible. Sabía que si me quedaba, estaría
acabada. No pude. Lo siento. Me marché. Esperaba darte una explicación, pero ya
era demasiado tarde. Ya el tiempo se había acabado. Y ya tú no estás aquí para
poder explicarte todo con detalle. Cogí la pistola, una mochila que tenías
tirada debajo de la mesa de estar, me puse un abrigo y bajé las escaleras. Ya
te explicaré por qué. Pero, no pude hacer otra cosa que dejarte ahí solo, lo
hice por los dos. Sé que algún día me comprenderás. Una vez me dijiste que si
llegábamos a esta situación, teníamos que hacer lo correcto, y eso hice. Tal
cuál tú me suplicaste.
Al
salir de nuestro edificio, me dirigí hacia nuestro parque “Los Jardines del
Edén”. Sé que pronto vendrán a por mí y sé que el primer lugar donde irán será
ahí. Pero no quiero despedirme del mundo antes de llorar por tu alma en nuestro
rincón. El parque donde nos conocimos, el banco donde nos besamos por primera
vez, aquel lugar donde pasábamos horas leyendo obras de Shakespeare y
recitábamos poemas de Keats. ¿Recuerdas?
A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre,
se hunde, fatigado, en la blanda yacija
de la hierba ondulante y lee una acabada,
una gentil historia de amor y languidez?
Si, atardecido, vuelve al hogar, ya en su oído
la voz de Filomela, y acechando sus ojos
la fúlgida carrera de una pequeña nube,
lamenta el deslizarse del presuroso día,
desvanecido como la lágrima de un ángel
que cae por el éter claro, calladamente.
Recuerdo
con pulcritud cómo me recitabas estas palabras de Keats. Realmente oírlas de tu
boca era una ofrenda para mis sentidos, tu voz tan dulce y salada. Tan cálida y
tan fría, tan suave y tan áspera, con la que me envolvías como pájaro a su cría.
En ese instante, ambos nos trasladábamos al siglo XVIII y observábamos
perplejos cómo aquel bello joven escribía sus poemas y sentíamos su fuerza y
amor cuando usaba la pluma. Pero no, he de volver al presente, al tenebroso y
fatídico presente. Ahora que ya no
estás, recuerdo esos años locos donde tú y yo habíamos comprendido que lo bueno
de vivir no era sentir vida y ser feliz. Lo bueno de vivir era sentir que la
pasión y la fuerza te llevan hasta el más lejano horizonte, donde el miedo y el
fracaso de los otros no corrompen nuestro camino. Sin embargo, amor mío, tú ya
no estás. Fue mi culpa, yo te arrastré al terror y al miedo. No pudimos salvar
nuestro honor y tuvimos que enfrentarnos con el infierno para conseguir un halo
de felicidad. Veo entre los árboles caduca, dos sombras mirando hacia mí. Veo como
esas sombras se acercan cada vez más. No pude resistirme amor, tuve que hacerlo.
Y con una lágrima me caí calladamente.
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